Gabriela Mistral
(1889-1957)
Desolación (Desolación, 1922)
La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde
me ha arrojado la mar en su ola de salmuera.
La tierra a la que vine no tiene primavera:
tiene su noche larga que cual madre me esconde.
El viento hace a mi casa su ronda de sollozos
y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito.
Y en la llanura blanca, de horizonte infinito,
miro morir intensos ocasos dolorosos.
¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido
si más lejos que ella sólo fueron los muertos?
¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto
crecer entre sus brazos y los brazos queridos!
Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto
vienen de tierras donde no están los que son míos;
y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos,
sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos.
Y la interrogación que sube a mi garganta
al mirarlos pasar, me desciende, vencida:
hablan extrañas lenguas y no la conmovida
lengua que en tierras de oro mi vieja madre canta.
Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa;
miro crecer la niebla como el agonizante,
y por no enloquecer no encuentro los instantes,
porque la "noche larga" ahora tan solo empieza.
Miro el llano extasiado y recojo su duelo,
que vine para ver los paisajes mortales.
La nieve es el semblante que asoma a mis cristales;
¡siempre será su altura bajando de los cielos!
Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada
de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa;
siempre, como el destino que ni mengua ni pasa,
descenderá a cubrirme, terrible y extasiada.
Los Sonetos de la Muerte
I
Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
Te acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido,
Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvoreda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.
Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!
II
Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir...
Sentirás que a tu lado caban briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!
Sólo entonces sabrás el por qué no madura
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.
Se hará luz en la zona de los sinos, oscura:
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir...
III
Malas manos tomaron tu vida desde el día
en que, a una señal de astros, dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él...
Y yo dije al Señor: - "Por las sendas mortales
le llevan ¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueño que sabes dar!
¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor".
Se detuvo la barca rosa de su vivir...
¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!
Yo elejí entre los otros, soberbios i gloriosos,
este destino, aqueste oficio de ternura,
un poco Temerario, acaso tenebroso.
de ser un jaramago sobre su sepultura.
Los hombres pasan, pasan, esprimiendo en la boca
una canción alegre i siempre renovada
que ahora es lasciva, y mañana la loca,
y más tarde la mística. Yo elejí esta invariada.
Canción con la que arrullo un muerto que fue ajeno
en toda realidad, i en todo ensueño, mío;
que gustó de otra boca, descansó en otro seno.
Pero que en esta hora definitiva i larga.
Sólo el del labio humilde, del jaramago
que le hace el dormir dulce sobre la tierra amarga
Poema a las madres
La Casa
La mesa, hijo, está tendida,
en blancura quieta de nata,
y en cuatro muros azulea,
dando relumbres, la cerámica.
Esta es la sal, éste el aceite
y al centro el Pan que casi habla.
Oro más lindo que oro del Pan
no está ni en fruta ni en retama,
y da su olor de espiga y horno
una dicha que nunca sacia.
Lo partimos, hijito, juntos,
con dedos duros y palma blanda,
y tú lo miras asombrado
de tierra negra que da flor blanca.
Baja la mano de comer,
que tu madre también la baja.
Los trigos, hijo, son del aire,
y son del sol y de la azada;
pero este Pan "cara de Dios"*
no llega a mesas de las casas;
y si otros niños no lo tienen,
mejor, mi hijo, no lo tocaras,
y no tomarlo mejor sería
con mano y mano avergonzadas.
La Oración de la Maestra
¡Senor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el
nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra.
Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la
belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.
Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto.
Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la mezquina insinuación de protesta que sube de mí cuando me
hieren.
No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las
que enseñe.
Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender como ellas lo que no es carne de mis
carnes. Dame que alcance a hacer de una de mis niñas mi verso perfecto y a dejarte en ella
clavada mi más penetrante melodía, para cuando mis labios no canten más.
Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la batalla de cada día y de cada hora por él.
Pon en mi escuela democrática el resplandor que se cernía sobre tu corro de ninos
descalzos.
Hazme fuerte, aun en mi desvalimiento de mujer, y de mujer pobre; hazme despreciadora de todo poder que no sea
puro, de toda presión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida.
TERNURA
· Piececitos
· Apegado a mí
· Hallazgo
· La noche
· El pavo real
· La pajita
· Dame la mano
Piececitos
Piececitos de niño,
azulosos de frío,
¡cómo os ven y no os cubren,
Dios mío!
¡Piececitos heridos
por los guijarros todos,
ultrajados de nieves
y lodos!
El hombre ciego ignora
que por donde pasáis,
una flor de luz viva
dejaís;
que allí donde ponéis
la plantita sangrante,
el nardo nace más
fragante.
Sed, puesto que marcháis
por los caminos rectos,
heróicos como sois
perfectos.
Piececitos de niño,
dos joyitas sufrientes,
¡cómo pasan sin veros
las gentes!
Apegado a Mí
Velloncito de mi carne,
que en mi entrana yo tejí,
velloncito friolento,
¡duérmete apegado a mí!
La perdiz duerme en el trébol
escuchándole latir:
no te turben mis alientos,
¡duérmete apegado a mí!
Hierbecita temblorosa
asombrada de vivir,
no te sueltes de mi pecho:
¡duérmete apegado a mí!
Yo que todo lo he perdido
ahora tiemblo de dormir.
No resbales de mi brazo:
¡duérmete apegado a mí!
Hallazgo
Me encontré este niño
cuando al campo iba:
dormido lo he hallado
en las espigas...
O tal vez ha sido
cruzando la viña:
buscando los pámpanos
topé su mejilla...
Y por eso temo,
al quedar dormida,
se evapore como
la helada en las viñas..
La noche
Por que duermas, hijo mío,
el ocaso no árde más:
no hay mas brillo que el rocío,
más blancura que mi faz.
Por que duermas, hijo mío,
el camino enmudeció:
nadie gime sino el río;
nada existe sino yo.
Se anegó de niebla el llano.
Se encogió el suspiro azul.
Se ha posado como mano
sobre el mundo la quietud.
Yo no sólo fui meciendo
a mi niño en mi cantar:
a la Tierra iba durmiendo
al vaivén del acunar...
El pavo real
Que sopló el viento y se llevó las nubes
y que en las nubes iba un pavo real,
que el pavo real era para mi mano
y que la mano se me va a secar,
y que la mano la di esta mañana
al rey que vino para desposar.
¡ Ay que el cielo, ay que el viento, y la nube
que se van con el pavo real !
La pajita
Esta que era una niña de cera:
pero no era una niña de cera.
era una gavilla parada en la era.
Pero no era gavilla
sino la flor tiesa de la maravilla.
tampoco era la flor sino que era
un rayito de sol pegado a la vidriera.
No era un rayito de sol siquiera:
una pajita dentro de mis ojitos era.
¡ Alléguense a mirar cómo he perdido entera,
en este lagrimón, mi fiesta verdadera !
Dame la mano
Dame la mano y danzaremos;
dame la mano y me amarás.
Como una sola flor seremos,
como una flor, y nada más...
El mismo verso cantaremos,
al mismo paso bailarás.
Como una espiga ondularemos,
como una espiga, y nada más.
Te llamas Rosa y yo Esperanza;
pero tu nombre olvidarás,
porque seremos una danza
en la colina, y nada más...
TALA
· Ausencia
· Todas ibamos a ser reinas.
· Dos ángeles
· La medianoche
Ausencia
Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
se van mis manos en azogue suelto;
se van mis pies en dos tiempos de polvo.
¡Se te va todo, se nos va todo!
Se va mi voz, que te hacía campana
cerrada a cuanto no somos nosotros.
Se van mis gestos, que se devanaban,
en lanzaderas, delante tus ojos.
Y se te va la mirada que entrega,
cuando te mira, el enebro y el olmo.
Me voy de ti con tus mismos alientos:
como humedad de tu cuerpo evaporo.
Me voy de ti con vigilia y con sueño,
y en tu recuerdo más fiel ya me borro.
Y en tu memoria me vuelvo como esos
que no nacieron ni en llanos ni en sotos.
Sangre sería y me fuese en las palmas
de tu labor y en tu boca de mosto.
Tu entraña fuese y sería quemada
en marchas tuyas que nunca más oigo,
¡y en tu pasión que retumba en la noche,
como demencia de mares solos!
¡Se nos va todo, se nos va todo!
Todas Ibamos a Ser Reinas
Todas íbamos a ser reinas,
de cuatro reinos sobre el mar:
Rosalía con Efigenia y
Lucila con Soledad.
En el valle de Elqui, ceñido
de cien montañas o de más,
que como ofrendas o tributos
arden en rojo y azafrán.
Lo decíamos embriagadas,
y lo tuvimos por verdad,
que seríamos todas reinas
y llegaríamos al mar.
Con las trenzas de los siete años,
y batas claras de percal,
persiguiendo tordos huidos
en la sombra del higueral.
De los cuatro reinos,
decíamos, indudables como el Korán,
que por grandes y por cabales
alcanzarían hasta el mar.
Cuatro esposos desposarían,
por el tiempo de desposar,
y eran reyes y cantadores
como David, rey de Judá.
Dos ángeles
No tengo sólo un Angel
con ala estremecida:
me mecen como al mar
mecen las dos orillas
el Angel que da el gozo
y el que da la agonía,
el de alas tremolantes
y el de las alas fijas.
Yo sé, cuando amanece,
cuál va a regirme el día,
si el de color de llama
o el color de ceniza,
y me les doy como alga
a la ola, contrita.
Sólo una vez volaron
con las alas unidas:
el día del amor,
el de la Epifanía.
¡ Se juntaron en una
sus alas enemigas
y anudaron el nudo
de la muerte y la vida !
La medianoche
Fina, la medianoche.
Oigo los nudos del rosal:
la savia empuja subiendo la rosa.
Oigo
las rayas quemadas del tigre
real: nole dejan dormir.
Oigo
la estrofa de uno,
y le crece en la noche
como la duna.
Oigo
a mi madre dormida
con dos alientos.
(Duermo yo en ella,
de cinco años.)
Oigo el Ródano
que baja y que me lleva como un padre
ciego de espuma ciega.
Y después nada oigo
sino que voy cayendo
en los muros de Arlés
llenos de sol...
Helechos
Donde la humedad se guarda
asistidora y mansueta
y el resuello del calor
no alcanza a la Madre Gea,
suben, suben silenciosos
como unas palabras lentas,
en silencio suben, suben
estos duendes manos quietas.
Y cuando tienen la alzada
de la garza o el flamenco,
ya descansan y se quedan
latiendo de su misterio.
! No pasar por ellos, digo,
dejarlo, que están durmiendo !
Porque sólo yo, fantasma,
ni los doblo ni los hiero.
Oiganlos dormidos, dormir
sin moverles un cabello.
Ellos no viven ni mueren,
sólo escuchan el silencio,
y con el silencio hacen
cosa que no conocemos:
sueño de niños o danzas
de unos enanos traviezos.
Queden así entredormidos
Custodiando su secreto
y tal vez mi propio sueño.
Duerman los helechos altos
callados como un secreto,
sigan latiendo dormidos
así, callando y latiendo.
! Qué dulce su frente fría
y su aspiración del cielo !
En el aire van y van
y restan, restan, quedados,
y se parecen al monje
que entrega en su rezo el alma.
Duerman los helechos altos
que yo guardaré su sueño.
Niebla
La niebla se ido adensándose
en forro azul-ceniciento
y cegando el mar nos hurta
la nidada de archipielagos:
hembra tramposa y ladina
que marcha con pasos lerdos.
Difumina a Chiloé,
llega hasta Tierra del Fuego
y trueca en malabaristas
lomos de niño y de ciervo,
y mi bulto escamotea
sólo porque lloren ellos.
Ya las trampas le conozco
de redondear del cerco
y hacer "la gallina ciega"
con el pastor o el arriero.
Ella ahora esta jugandonos
el su sempiterno juego
y urde ballenas y pulpos
de un vago mar hechicero.
Nos da por bien ahogados,
perdidos y prisioneros,
aunque estamos bajo de ella,
como Dios nos hizo: enteros.
Les cuchicheo a mis críos
que no es bulto, que es resuello,
que no es brazo de ahogarnos,
que es, no máas, bostezo muerto,
que no peleamos con héroe
sino con blanco esperpento.
Y el huevo azul entreabrimos
a lancetadas de acentos
y se lo desbaratamos
con los dos calientes cuerpos.
En el acuario de niebla,
acribillado de engendros,
el remador de tres mares
se ha puesto a contar sucesos;
dice los lentos canales,
romances los estrechos
como quien devana mundos
con las manos y los gestos.
Ahora el viejo está contando
el largo relato añejo,
de las costas masticadas
por el mar de duros belfos
y está diciendo a la Antartida
que habemos y que no habemos...
La Antártida de su boca
sube como alción en vuelo,
el blanco animal divino,
engolado y soñoliento.
Así con ella dormimos
fraternales y mansuetos,
la bestezuela del símbolo
y el indio calenturiento.
No acabamos en donde
se acaba igual que en los cuentos,
la Madraza que es la tierra
y acaba con santo silencio;
pero los tres alcanzamos
el apretadon secreto,
el blancor no conocido,
el intocado Misterio.